20 August, 2020

Según la Organización Mundial de la Seguid (OMS), la contaminación del aire representa un importante riesgo medioambiental para la salud, estimando que la misma es causa anualmente de 4,2 millones de muertes prematuras en todo el mundo, que las personas que viven en países de ingresos bajos y medianos soportan desproporcionadamente la carga de la contaminación del aire de exteriores.

Es sabido que son muchos los efectos a corto y a largo plazo que la contaminación atmosférica puede ejercer sobre la salud de las personas. En efecto, la contaminación atmosférica urbana aumenta el riesgo de padecer enfermedades respiratorias agudas, como la neumonía, y crónicas, como el cáncer del pulmón y las enfermedades cardiovasculares.

También la OMS nos dice que la contaminación atmosférica afecta de distintas formas a diferentes grupos de personas, pero los efectos más graves se producen en las personas que ya están enfermas. Además, los grupos más vulnerables, como los niños, los ancianos y las familias de pocos ingresos y con un acceso limitado a la asistencia médica son más susceptibles a los efectos nocivos de dicho fenómeno.

Uno de los principales responsables de la contaminación atmosférica es el transporte por razón de sus emisiones, con aportaciones que, según se expondrán más adelante, llegan a alcanzar el 46% de las emisiones de Gases de Efecto invernadero en la República Dominicana.

Otro problema al que nos enfrentamos es la contaminación acústica. Los niveles de ruido ambiental son cada vez mayores en las zonas urbanas, principalmente como consecuencia del aumento del volumen del tráfico y de la intensificación de las actividades industriales y recreativas. Y también de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el ruido es altamente perjudicial y uno de los factores medioambientales que provoca más alteraciones en la salud, después de la contaminación atmosférica. Muchos de las disfunciones que conlleva están relacionados a la pérdida de audición, pero hay más que se relacionan como factores psicológicos, como el estrés, la ansiedad y la depresión, así como fisiológicos, como la alteración de la frecuencia cardíaca y respiratoria y afectaciones de sueño.

Como respuesta, es un hecho que los vehículos eléctricos existen, al igual que podemos evidenciar que se encuentran en franca expansión en todo el mundo, a pesar de que en nuestro país todavía se vean pocos. A principios de 2018, ya había más de tres millones de vehículos enchufables, eléctricos e híbridos, en el mercado internacional, según un informe de la Agencia Internacional de la Energía (IEA). La movilidad eléctrica está en auge, y su incorporación se presenta como una alternativa de futuro.

Pero comencemos por el principio: un vehículo eléctrico es aquel que funciona con electricidad. La mayoría de los autos eléctricos tienen una batería interna, que debe cargarse con electricidad una y otra vez. A diferencia de los vehículos-automóviles convencionales cuyo combustible es la gasolina o el diesel, los automóviles eléctricos no arrojan impurezas al aire, como polvo fino o emisiones nocivas de dióxido de carbono (CO2), monóxido de carbono (CO), los óxidos de nitrógeno (NOx), y los hidrocarburos no quemados (HC) entre otras.

Con todo, si bien los vehículos eléctricos no producen gases de escape, sí existen preocupaciones sobre las emisiones de partículas finas que no dependen de la combustión interna. Concretamente me estoy refiriendo a las partículas que se deprenden del rozamiento del neumático con el pavimento y del desgaste de los frenos (cuyo efecto perjudicial para la salud ha sido advertida por la Organización Mundial de la Salud y demostrada en investigaciones científicas). En este sentido, debemos tener en cuenta que sus valores son tanto mayores cuanto mayor sea el peso del vehículo, y los vehículos eléctricos suelen ser más pesados que los automóviles convencionales.

A pesar de todo, como son vehículos respetuosos con el medio ambiente, se dice que son los autos del futuro, porque contribuye a garantizar el mismo, mediante la pervivencia, que se ve posibilitada por la preservación de nuestro ecosistema.

Precisamente es por esa conciencia ecológica que en todos los países del mundo se está insistiendo en la transición del vehículo a motor a la movilidad eléctrica. Así, en los países con más recursos hay sistemas de financiación para que los conductores y las empresas incorporen progresivamente el vehículo eléctrico, de modo que se promueve su compra dando ayudas económicas directas, exenciones fiscales, o favoreciendo su libertad de desplazamientos (a los de combustión se les restringe por ejemplo los lugares por donde pueden circular e incluso cuándo). Así, los gobiernos de muchos países destinan grandes partidas presupuestarias a subvencionar la fabricación de automóviles y la construcción y distribución de estaciones de carga eléctrica por toda la red nacional. Sin embargo, en los países con menos recursos y para los ciudadanos y empresas más modestos, no es tan fácil abordar esta tarea.

Pero tampoco nos podemos engañar, puesto que los vehículos eléctricos siguen teniendo algunas desventajas prácticas en comparación con el automóvil convencional, así como una serie de limitaciones, de las que a continuación hablaremos, y para las que únicamente nos queda un remedio: trabajar sobre todas ellas para minimizarlas.

No en vano, la industria automotriz sigue trabajando para solucionar estos problemas (solamente en Europa se destinan más de 54.000 millones de euros anuales en Investigación y Desarrollo [I+D]), y que desde las administraciones de todo el mundo se están desarrollando disposiciones legales para reducir factores de riesgo como es el caso de los atropellos mediante dispositivos de emisión acústica.

Los vehículos eléctricos, podrían algunos plantear que son inseguros, que son más costosos que un vehículo convencional, que toma varias horas recargar la batería.

Si es cierto que por el momento es menor la oferta de modelos eléctricos, no lo es menos que la mayoría de los fabricantes ya está trabajando para ampliar sus gamas, intentando que tengan precios más ventajosos y mayor autonomía de funcionamiento. Entre tanto se han ido popularizando los automóviles híbridos, que utilizan una combinación de motor eléctrico y motor convencional.

También es una cuestión tecnológica, que sigue avanzando, por lo que cada vez habrá más automóviles con motor eléctrico, motor híbrido o pila de combustible, en lugar de un motor de combustión interna. Al igual que tendrán que llegar otras soluciones tecnológicas dado que los recursos actualmente utilizados en la producción de baterías son limitados, lo que hace que sea imposible cambiar todo el transporte mundial a un transporte eléctrico con la tecnología de baterías actual, en poco tiempo.

En el plano de las necesidades de soporte para la generalización de su uso, una cuestión a considerar tiene que ver con el suministro de energía. La electromovilidad necesita estaciones de carga en lugar de estaciones de servicio (las denominadas bombas de combustible), por lo que la transición al vehículo eléctrico tiene que ir acompañada de estaciones de carga electrónica y de la correspondiente transición energética. En la actualidad ya hay entidades que han apostado por la instalación de estaciones de carga fotovoltaicas para brindarles a sus clientes energía limpia para cargar sus vehículos. Consecuentemente el desarrollo de la electromovilidad pasa necesariamente por la creación de ciertas infraestructuras.

De esta forma, para garantizar la generalización de los vehículos es necesario mejorar las infraestructuras y adecuar tanto la red de distribución como los transformadores de potencia, para que puedan abastecer la creciente demanda con la debida previsión.

Otro problema es la contaminación asociada a su construcción, ya que se producen más emisiones que la de uno convencional (en su mayor parte en la fabricación de la batería y sus celdas y en menor medida durante la extracción y refinado de sus componentes), sobre lo que hay que trabajar también, como se está haciendo, desde la perspectiva de la investigación, el desarrollo y la innovación. Pero, ¿por qué no aspirar a que República Dominicana participe y contribuya a ello a través de sus universidades y centros de tecnológicos y de investigación? Al fin y al cabo, este ha sido y siempre será un aspiracional personal mío al que siempre espero se sumen muchas más almas ilusionadas cargadas de voluntad de esfuerzo.

Con todo el verdadero balance está en considerar todas las etapas de su vida útil, y para que ello sea positivo a favor del vehículo eléctrico, la electricidad con la que funcionan también se debe generar de forma respetuosa con el medio ambiente, como por ejemplo mediante paneles solares o turbinas eólicas. Sin embargo, la mayor parte de la electricidad que se utiliza hoy en día se sigue obteniendo del carbón, y esta forma de generarla también produce una gran cantidad de CO2 y otros gases nocivos para el medio ambiente.

Así, particularmente en nuestro país, si esta transición energética no se hace de forma inteligente, la red eléctrica nacional podría verse saturada y se producirían caídas de tensión e intensidad de corriente en los alimentadores de los circuitos que podrían producir graves inconvenientes e incluso daños, llevando a las propias empresas distribuidoras de electricidad, a importantes pérdidas financieras que, de algún modo u otro, acabarían repercutiendo sobre el bolsillo del ciudadano dominicano.

Un último aspecto a considerar y que no debemos olvidar es que hoy en día la electromovilidad tiene pleno sentido en las ciudades y en el transporte a corta distancia. Es una alternativa adecuada para reducir los gases nocivos presentes en las ciudades donde hay mayor contaminación, como es el caso del Gran Santo Domingo. Es por ello que tenemos que empezar por ahí, por nuestras áreas metropolitanas, priorizando las más pobladas.

Así mismo, el vehículo eléctrico debe incorporarse gradualmente en el sector del transporte de pasajeros y mercancías, hasta convertirse en una realidad.

Sin embargo, éstos no son los únicos cambios que hay que planear. Al cambiar vehículos contaminantes por vehículos basados en energías renovables, con bajas emisiones o cero emisiones de CO2, se aspira a cambiar el conjunto del tránsito rodado en todos los municipios, las ciudades y regiones del país. Esto significa que se tiene que gestionar la movilidad de un modo diferente, profundizando en la línea que el INTRANT ya inició hace un tiempo, desde el momento de su creación.

Así la movilidad eléctrica también incluirá otros medios de trasporte alternativos, como bicicletas y patinetas eléctricas, que ya son parte del paisaje de las grandes ciudades en buena parte del mundo. Pero otras soluciones de movilidad mejores, si cabe, pasarán por el uso compartido de vehículos, potenciar el uso de la bicicleta convencional (incluidas las de alquiler que generan menos dependencia), y el desplazamiento a pie, todo en un nuevo orden de fomentar el transporte intermodal. Los tiempos cambian, y el COVID-19 ha cambiado al mundo, y con ello nuestra forma de vida. Todo irá llegando, a su debido momento y de la mejor forma posible, para el conjunto de los ciudadanos, y ahí estará el INTRANT, haciendo un esfuerzo para que se pueda materializar de la mejor forma posible.

Como conclusión a mis palabras, quisiera destacar que, pese a los aspectos positivos y negativos de la movilidad eléctrica, los vehículos eléctricos son la gran alternativa del futuro, y por tanto vale la pena apostar por ella, como lo están haciendo en todo el mundo, de manera progresiva, intensificándola en el tiempo, a la vez que avanzamos en minimizar y mitigar todos los problemas que actualmente están asociados a los mismos; y precisamente, hemos dado los primeros pasos, elaborando con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) el primer Plan Estratégico Nacional de Movilidad Eléctrica de la República Dominicana, cuya portada y contra portada compartimos en este boletín del OPSEVI.

 

Por: Ing. Claudia Franchesca de los Santos



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